Seguramente, cuando escuchamos el concepto de Inteligencia Artificial pensamos que es algo relativamente reciente, pero lo cierto es que no. Ya hace casi más de cien años que nació el que hoy consideramos su creador, Alan Turing, un matemático pionero de la computación. La gran pregunta que llegó a plantear el matemático en su día –¿serán capaces las máquinas de pensar como lo hacemos los humanos?– es algo que actualmente todavía no tenemos muy claro. Lo que sí sabemos es que muchos de los robots y dispositivos, eso sí controlados por los humanos, tienen cada vez más libertad.

La Inteligencia Artificial se define como la capacidad de razonar que muestra un agente que no está vivo. La capacidad que tienen las máquinas de imitar las funciones cognitivas de las mentes humanas. Por ejemplo, cuando un robot o un dispositivo similar es capaz de desarrollar una conducta humana, como aprender o resolver un problema.

Parece ciencia ficción, pero está más cerca que nunca. Estas navidades el juguete más popular y que ha arrasado ha sido Hatchimal, un peluche dentro de un huevo que solo nacerá si recibe los mejores cuidados. Los niños deben interactuar con él (acariciarlo, moverlo…), y lo hacen gracias a la tecnología touch. Cuando el huevo sale del cascarón los más pequeños pueden enseñarle a hablar y a jugar, es una criatura totalmente habilitada para la Inteligencia Artificial.

Otro ejemplo de que la inteligencia artificial no es algo tan lejano es la creciente automatización de los hogares. Ya no es algo tan raro que por ejemplo, los electrodomésticos, las ventanas, la temperatura o la iluminación formen parte de un sistema centralizado. La ventaja de poder controlar todo ello a través de un hardware desde el ordenador o incluso desde el móvil proporciona, además de gran seguridad, una comodidad absoluta.

Y lo mismo pasa en el ámbito laboral con el learning machine, una de las tendencias tecnológica de este año que, junto al Big Data, es de gran utilidad para las empresas. La cantidad de datos de los que disponen las compañías pueden ser interpretados a través de algoritmos capaces de detectar patrones de comportamiento, algo que sin duda genera una gran ventaja competitiva.

Además, en campos como la medicina también se han conseguido grandes avances con la aplicación de la IA. Gracias a la robótica y a su aplicación en cirugía, del diagnóstico a través de redes neuronales o máquinas que interpretan imágenes se pueden prevenir muchas enfermedades. Un ejemplo de ello es el sistema experto Mycin desarrollado a principios de los años 70.

 

Aunque un gran número de científicos, empresarios e incluso filósofos se han manifestado a favor de la aplicación de la Inteligencia Artificial, su uso puede suponer algunos riesgos. La cantidad de ciberataques que se producen actualmente es uno de ellos. Los algoritmos de la IA también son susceptibles de sufrir estos ataques. Prueba de ello es el famoso caso de Blackshades, un virus que permitía al ciberdelicuente conectarse a los micros y webcams de los miles de ordenadores infectados por el malware y espiar a sus dueños. Los criminales utilizan los nuevos avances en este campo para engañar a la tecnología captcha (los códigos que piden las webs para confirmas que eres una persona) y a los sistemas de reconocimiento de voz como Siri o Cortana.

La Inteligencia Artificial ha adquirido una gran importancia hoy en día, ya que permite realizar cosas que los seres humanos no podríamos realizar sin máquinas. Pero lo cierto es que este campo necesita una supervisión humana, es necesario hacer un uso responsable de esta nueva ciencia enfocado siempre a mejorar la vida del ser humano.

 

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